viernes, 7 de junio de 2013

Spleen nº3

Se barrunta terremoto
cuando ruge su garganta
y vendavales levanta
de algún céfiro remoto.
 
De su boca color malva
brotan férreas ironías,
elocuentes tonterías
de las que nadie se salva.
 
No se sientan ofendidos.
Todo es risa, todo es facha
cuando a gusto se despacha
con elogios y cumplidos.
 
El rubor se justifica
cada vez que abre la boca;
su fantasía desboca
adjetivos que no aplica.
 
¡Pobre viejo en su congoja!
En el fondo es alguien bueno
al que nadie puso freno
y hace lo que se le antoja.

martes, 4 de junio de 2013

Spleen nº2

Porque vende sonrisas
si acaricia su pelo,
porque fluye en el vuelo
de algún mártir con prisas,
 
porque teje bailando
cuando frágil se asoma
al compás de una broma
que se viene enredando.
 
Tiene dos voliciones:
repartir esperanza
cuando nadie la alcanza
y robar emociones.
 
Si no logra su empresa
se devana los sesos
y reparte sus besos
cuando así lo sopesa.
 
Ya se arrima a tu vera…
¡que no pase de largo!
Su fulgor se hace amargo
cuando nadie la espera.
 
Es capaz de emerger de un pensamiento
y olvidar su existencia con el viento.
 
Puede ver a través de nuestros ojos
y otorgar su placer o sus abrojos.
 

Spleen nº1

La baronesa está hastiada,
¡no le respetan el celo!
Sólo le queda el consuelo
de no quedarse estancada.
 
“El cóctel no sabe a nada”,
es lo que piensa un muchacho
después de sufrir empacho
por la cerveza templada.
 
A su espalda, rezagada,
la voz del entendimiento
con quebrado filamento
ha de quedarse callada.
 
Ya ha cruzado la mirada;
cree sentirse victorioso
sin saber que al ser hermoso
juega al fuego con espada.
 
La baronesa, encantada,
despliega sus aptitudes,
reclamando las virtudes
de subida… y de bajada.

¿Cuándo la poesía dejó de ser poesía? (II)

Me vendo a un sueño nuevo cada noche
sumido en el refugio del desvelo
y así pretendo ver cambiar de rumbo
las luces que clarean en el cielo.
 
¡Te grito en el silencio, oh progreso,
dador de inquina, vicio y corruptela!
Tan lejos has dejado la belleza…
Tan lejos que su mente ya no vuela.
 
Escucho un eco tenue, una caricia
que viene de asperjar su idiosincrasia
y allá me aferro, raudo, ilusionado,
para no sucumbir a la eutanasia.