domingo, 9 de diciembre de 2012

Las diferentes formas de doblar calcetines

Ah, ¡qué feliz era yo viviendo en Estados Unidos! En un hermoso cubículo que respondía a los datos de 15 Chester Street, apartamento 33, Cambridge, Massachusetts, 02140. A un paso de Davis Square, lo cual ya era parte de Somerville (la calle Chester empezaba en Cambridge y terminaba en Somerville… lo típico, vamos). Un apartamento de una sola estancia, de los de sofá-cama, pero que por lo menos tenía un cuarto de baño. Encajado en un maldito cubo de ladrillo que resaltaba, junto a su gemelo del número 9, en medio de hermosas casas típicas estadounidenses con sus porches, sus jardines y sus puertas dobles. Los alrededores de Boston, vamos. Y a menos de 10 minutos andando estaba Porter Square, con su Shaw’s para hacer la compra, su Panera Bread para tomar café y dar unas clases de español un tanto ilegales… y un poco más allá una serie de calles que hacían las veces de recinto al cual un día decidieron llamar Universidad de Harvard.
 
Cogiendo el metro, que allí llamaban T, uno se plantaba en el centro de Boston (¡qué hermosa ciudad!). De Davis a Park Street, en la línea roja, para salir en el Boston Common, el parque que una vez fuera lugar de asentamiento de las tropas inglesas que no podían permitir que unos hijos de la Nueva Inglaterra les quisieran dar de lado e independizarse. Y por allí paseaba yo, a veces solo y a veces no, pero siempre dándole vueltas a dicho conflicto. Y de dicho conflicto se me ocurría pensar en otros, y todos convergían en lo mismo: cuando uno no hace las cosas como quiere otro, el otro y el uno se enzarzan en una pugna carente de sentido, pero que ha de demostrar quién tiene razón. Sea por la fuerza de la palabra o de la acción.
 
Así que en esas estaba cuando llegué a la conclusión de que una simple discrepancia puede romper una avenencia no contractual de varios años de antigüedad. El discutir es algo muy del ser humano. Y si no se respetan los componentes básicos de la argumentación, para poder sentar cátedra y establecer una teoría que derogue la discusión, o incluso aunque se consideren dichos componentes, es posible que la discusión evolucione hasta los temas más absurdos que uno pueda imaginar. Como, por ejemplo, las diferentes formas de doblar calcetines. Algo tan estúpido, pero que es reflejo del día a día, del por qué somos a veces como somos y a veces como deberíamos (o no) ser. Lo cual me ha llevado a pensar también, pero menos, sobre cuántas maneras existen de doblar calcetines.
 
Sea como fuere, a menudo me pregunto si no vivimos todos en una gran mentira donde lo que llamamos bueno es en realidad perjudicial para el entendimiento y las relaciones sociales. Pero es que es tan fácil dejarse llevar por las irrealidades… Allá donde se oye una voz, un grito, un golpe, un pisoteo, una ofensa, un desprecio, una deshonra, una vejación… allá, digo, se disfruta maquiavélicamente con la mentira de la irrealidad. Y así vivimos, y pasan los días y los años y pretendemos hacer como que no nos damos cuenta. Bueno, pues yo tampoco me doy cuenta. Que viva la perfidia.

1 comentario:

  1. Hola, Fer:

    Gracias por seguir mi blog, yo también enlazo el tuyo.

    Muy interesante todo lo que escribes, es como para quedarse un buen en compañía de tus letras.

    Un abrazo.

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