sábado, 15 de diciembre de 2012

Habitantes de este mundo

Del tiempo del origen de la vida,
do son nonatos ángeles y males,
allí donde comienza la partida
-allí no se permiten los rivales-
tienen lugar; más bien, tienen cabida
aconteceres harto originales:
el soplo del sentir, el descontento
de aquesta especie en su primer aliento.
 
Verídica sustancia, la existencia:
es recorrer caminos pedregosos,
gimotear eterna penitencia,
analizar porqués pesadumbrosos
y malinterpretar la fe y la ciencia.
Humano, si los valles son hermosos,
¡qué importa que no se hagan las preguntas,
si las respuestas nos las dan adjuntas!
 
En este mundo entramos, y vivimos
algunos con un número de serie,
gritando: ¡Ya no somos! ¡Nunca fuimos!
Y esperan que alguien los vea y los ferie,
los agasajen con ternura y mimos
por miedo al frío horror de la intemperie,
por no saber cambiar nunca de aspecto
e ir degenerando hacia lo abyecto.
 
Otros, en cambio, ruegan por sus almas,
pues libres vuelan entre pensamientos
y lucen sus coronas y sus palmas.
Y estudian, ora los cuatro elementos,
ora cien tempestades con sus calmas,
que del sufrir quedaron más que exentos
cuando regurgitaron la belleza
que vive en forma de naturaleza.
 
Y a aquellos les es dado por derecho
lo que al primero de los grupos niegan:
en el conocimiento no hay un techo.
En vasto, en infinito mar navegan
los seres que renuncian al barbecho
y maravillas viven, sueñan, legan.
Y no es sino a través de este heroísmo
que sienten en su pecho el misticismo.
 
Humanos todos, pero en gradaciones
que no son categóricas; es falso.
Son mera infamia, burla, sensaciones
de aquellos que reclaman el cadalso,
de aquellos que no miden sus acciones,
de aquellos que andan con cerebro balso…
de aquellos que renuncian a la vida
por no querer jugarse la partida.
 
No somos diferentes, ni unos ni otros.
Y, ¿quiénes son los otros? ¿Éstos? ¿Ellos?
“No quiero confundirme con vosotros”,
salpica el necio el verbo entre destellos
de burda incomprensión del ser nosotros
y no unos y otros y esos y aún aquellos
entre otros raciocinios de iracundo,
pues somos habitantes de este mundo.

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