jueves, 29 de noviembre de 2012

Avatar o los pitufos gigantes

Hoy día todo el mundo tiene un blog. En él escriben miles de palabras… ¿qué digo miles? Cientos… ¿qué digo cientos? Decenas… ¿qué digo decenas? Palabras, al fin y al cabo. Y en ellas recogen sus pensamientos, sus pasiones, sus intereses y voliciones, sus apegos, sus desechos, sus hechos y “deshechos”. Entonces yo, que soy muy envidioso, me he dicho a mi mismo: os vais a cagar. Llego.
 
Y qué mejor manera de empezar que hablar de colores. El mundo está plenamente impregnado de colores, henchido de pigmentos, haces de luz refractada en una gama infinita, inabarcable a la percepción masculina. ¿Cuántos colores dices que tiene el arco iris? ¿Tantos? Tan magnánima comunión de dovelas no encaja en el criterio del hombre. Al igual que su carácter, el adjetivo a buscar para la noción varonil de “color” es el mismo: primarios. Vamos con el ejemplo lumínico, aprovechando que estamos comunicándonos a través de una pantalla, e introduzcamos el concepto RGB. Red, Green, Blue. Rojo, verde… y azul.
 
Ah, el azul. Cuántos matices, cuántas inflexiones y, sin embargo, tú. Añil, azur, índigo, garzo, turquesa, zarco… pero siempre tú. No puedo evitar recordar cómo siempre has sido uno de mis colores favoritos (de los pocos que distingo). No hay un solo día en el que no sienta tu vigor, tu frescura, tu firmeza. No necesito buscarte para que vengas a mí. Si miro al cielo, ahí estás. Si me acerco al mar, me escupes tu magnificencia. Busco en el diccionario y te encuentro en el lugar menos esperado: bluyín. Con dos cojones.
 
No es que lo intente, pero no te me vas de la cabeza. Y, de repente, sumido en elucubraciones tornasoladas, me pongo a ver una peli. Avatar. Mira que me gusta visualmente casi en su totalidad, pero… ¿será posible tamaña aberración de la entidad humana? No, no es lo que piensas, es un mundo diferente, con colores diferentes, donde hay pseudo-humanos cuya piel es azul. Ni hablar. Por ahí no paso. Me dejo engañar constantemente por la ficción, por la maravillosa mentira que es la propia realidad en el presente, pero que me golpeen con la existencia (irreal) de unos seres de tejido epitelial azul… a otro con eso, por favor. Pero, ¡un momento! Yo he visto eso antes. ¿Dónde? Sí señora. Los pitufos. Pitufos, ¡cuidado! ¡Gargamel el malvado!
 
Me duele en el alma repasar mi infancia, no obstante lo cual no omitiré acontecimientos personales carentes de trascendencia en la presente exposición. Como tantos otros niños de los 80, pasé horas pegado al tubo de rayos catódicos. Y sí, me daban miedo los pitufos. Gargamel era el que menos miedo me daba. ¡Cómo iba yo a sufrir ante la presencia de una representación gráfica de un ser humano! Sin embargo, los bichos esos… Si no había alcanzado el pensamiento formal abstracto (gracias, Piaget, por joderme la infancia), no puedo entender por qué pretendían que empatizara más con unos entes diminutos y azules.
 
Basta. He llegado al punto que buscaba: los pitufos eran diminutos; los bichos de Avatar son pitufos gigantes. Abstrayendo la lectura original y con unos conocimientos del francés que calificar de rudimentarios sería ponerlos en un pedestal, podríamos hablar de Les géants Schtroumpfs. Sin darnos cuenta nadie, he dado sentido al título de la entrada, aunque no quiero despedirme sin recalcar que me gustan los colores que veo cuando veo Avatar (salvo, claro está, el azul de los pitufos gigantes). A más ver.

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